A\u00f1oranza de Villa de Leyva<\/h3>\nMario P\u00e9rez, Mayo del 2004<\/h5>\n
En diciembre de 1952 lleg\u00f3 por primera vez a Villa de Leyva Antonio Perez Vargas con las \u00fanicas propiedades que pose\u00eda: su caja de pinturas y un bal\u00f3n de f\u00fatbol. Contaba con tan s\u00f3lo 22 a\u00f1os pero formado ya en el oficio de pintor. Su maestro, Luis Alberto Acu\u00f1a, lo trajo como ayudante para la elaboraci\u00f3n de dos pinturas murales con temas hist\u00f3ricos. Qued\u00f3 maravillado por este pueblo, que pose\u00eda por estos a\u00f1os una misteriosa belleza en decadencia. Las casas que hoy son museos eran ruinas, sus calles solitarias y silenciosas, con oscuras noches fantasmag\u00f3ricas, de cielos cuajados de vivas estrellas.<\/p>\n
A su fascinaci\u00f3n por el pueblo se uni\u00f3 el amor por la mujer que ser\u00eda su futura esposa. Vida y arte transcurrieron paralelos muchos a\u00f1os. Su trabajo art\u00edstico ayud\u00f3 al renacer del pueblo, su familia e hijos lo convirtieron en hijo de esta tierra.<\/p>\n
La obra pict\u00f3rica de Antonio Perez Vargas en sus m\u00e1s de 50 a\u00f1os es como fiel testigo del desarrollo de Villa de Leyva. Antonio P\u00e9rez hizo a Villa de Leyva, que fue fundada en 1572, un homenaje a este hermoso pueblo que todav\u00eda nos sigue ofreciendo silencio y paz. Una terapia de hipnosis que nos hace perder el sentido del tiempo y olvidar los rigores de la vida.<\/p>\n
Recuerdo de ni\u00f1o las esplendorosas ma\u00f1anas ba\u00f1adas de transparente y vibrante luz, como los buganbiles con sus explosivos rojos, amarillos o magentas contrastaban con los muros encalados creando un efecto de irresistible belleza pict\u00f3rica. Mi padre sal\u00eda a pintar al aire libre y yo me sent\u00eda privilegiado de poderlo acompa\u00f1ar para ayudarle a cargar el caballete y hacer un peque\u00f1o fuego que lograra espantar los insistentes y furiosos mosquitos. Observaba con atenci\u00f3n como colocaba los colores en la paleta para luego llegar al emocionante y m\u00e1gico momento de la \u201ccocina del color\u201d, mezclando violetas con azules, rojos con verdes, y luego, con largas y seguras pinceladas los matizaba, los contrastaba con armoniosa belleza. Manchando la tela en su totalidad con lentitud y como por arte de magia, los colores se iban uniendo, creando formas que con fogosos destellos de luz se hench\u00edan de volumen, apareciendo formas reales y vivas, que emocionaban nuestra alma. Para los habitantes de Villa de Leyva, ver al \u201cMaestro P\u00e9rez\u201d, como todos le llamamos, pintando en alguna de sus empedradas calles, es ver una c\u00e1lida y atractiva figura que imana a los curiosos, agrup\u00e1ndolos en su entorno para observarlo y preguntar con asombro e ingenuidad sobre un tema desconocido para ellos. Con pasmosa tranquilidad y sin perder la concentraci\u00f3n, pinta, conversa, responde preguntas, espanta mosquitos y saluda a la gente que pasa. Sin olvidar los peque\u00f1os detalles que aparentemente pueden ser banales para otros, cuenta las ventanas, puertas o columnas, porque para \u00e9l, la pintura tambi\u00e9n es un documento que nos ilustrar\u00e1 en el futuro.<\/p>\n
Su pasi\u00f3n por la historia y la arquitectura colonial lo han llevado a buscar los trazos y las huellas de sus calles hist\u00f3ricas y viejas casonas para devolverles en su pintura la verdadera esencia del pasado gracias a la libertad que solo nos concede el arte de la pintura.<\/p>\n<\/div>\n<\/div>\n<\/div>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"
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